Este poema está dedicado a mi familia (la de sangre): sin ella no sería quien soy. Y también a esa familia que eliges a medida que pasan los años, ves cómo está todo y el amor se cruza de muchas formas en tu camino, Él es mi mejor amigo Domenikus. Confieso que sin él, este texto nunca hubiera salido a la luz.
Y vosotres, ¿ya os rodeáis de gente que os quiere bonito y os ayuda a ver lo qué importa? 🙂
¿Qué es un bosque: los árboles o el espacio que hay entre ellos?
La soledad de mi abuelo es un tronco.
Octavo hijo de la pobreza en casa de postguerra.
Con 5 años, conocía mejor el campo que todos nosotros.
Ya había recogido que el hambre es la mejor consejera y que lograr tus sueños significa sufrir.
¿Para qué hablar?
¿Para qué llorar?
La soledad de mi abuelo es el tronco que sostiene su vida. Que nos sostiene a todos.
La soledad de mi madre es un tronco.
Heredera compasiva de misterios de familia. Hierro templado a golpe de ¡Ay, hija, qué vergüenza… como se enteren los vecinos!…¡Mujer, no es para tanto! ¡Será exagerada! Eres una histérica.
Con 15 años, conocía mejor la muerte que todos nosotros. Cómo una ausencia ocupa más que un hermano
¿Para qué hablar?
¿Para qué llorar?
Se seca los ojos, enciende un cigarro y prende con ilusión una familia nueva.
La soledad de mi madre es el tronco que sostiene su vida. Que nos sostiene a todos
La soledad de mi hermana es un tronco.
La hija retrasada de una familia normal. Un despertador de Ay, pobre, que pena.
Con 20 años, conoce mejor la compasión que todos nosotros.
La hija retrasada sabe cuán solos estamos y cuánto la necesitamos para amar.
Siente qué necesario es hablar, qué inevitable es llorar y que haya alguien.
La soledad de mi hermana es el tronco que sostiene su vida. Que nos sostiene a todos.
Por eso, cuando mi hermana toma de la mano a mi abuelo
el tiempo colapsa, el espacio se abre y, en silencio, el árido campo deviene un campo de juego.
Y la soledad de mi abuelo, que es un tronco, revela que hicimos de ella la hamaca con la que nos mecemos todos, para seguir unidos.
Y a esta sensación, que no tiene forma, le llamamos casa.
Y heridos de pena nos mecemos, discretamente, para no molestar, para no armar un escándalo -que los problemas son de otros.
Y sonreímos a hamacas cercanas, amigos, colegas, mujeres, vecinos… Regamos el mismo destino y formamos un bosque,
g
o
t
e
a
n
d
o
sin
saberlo.
Y es que una guerra nunca empieza cuando empieza ni acaba cuando acaba.
Por eso, cuando mi hermana toma de la mano a mi abuelo,
el universo se pliega sobre sí mismo y podemos verlo.
Y vemos un mundo amorfo -al que todos damos forma
corriendo desesperados -para mantenerlo todo quieto
y sin memoria, haciendo del mapa, territorio,
vemos un orden extraño
que nos golpea y nos hace pedazos,
nos separa y nos vuelve enemigos
y nos desordenamos… para que todo mantenga su orden
…
hasta ahora.
Hasta hoy.
Que
he tirado del hilo
y he roto la hamaca
y el árbol al fin ha cedido ante ojos de madrugada, pieles que ahora florecen y un nosotros de gruesas ramas.
Que he tirado del hilo
y he roto la hamaca
y el árbol al fin ha cedido ante ojos de madrugada, pieles que ahora florecen y un nosotros de gruesas ramas.