Rodar

Tras unos meses de cura de redes sociales (must to!), vuelvo al bloggeo. A mi ritmo, yes. Igual que la planta crece a su bola… y, eh, si en mi ADN tengo grabado el ritmo de un post cada diez años, ¿qué?

Os comparto mi último video de slam con un texto nuevo del que estoy especialmente orgullosa: Rodar.

En esta ocasion fui finalista, con puntuaciones muy reñidas con Ainara (segunda posición) y Marta B (ganadora). Estas mujeres de voz irrompible están on fire y fue una final superinteresante.

Aiiiins… ese subidón de competir y compartir cada día un poco más con gente de esa que si tuviera hijos, les diría «Es así, mi amor: así es como se vive» 🙂  Os invito a pasearos por el canal de Poetry Slam Barcelona y conocer a éstas y a otras voces imperdibles: encontraréis algunos de los mejores referentes a nivel mundial de la escena #Slam y de la literatura oral contemporánea. Y es que en Barcelona, OMG, hay nivelazo del bueno.

 

 

Rueda redonda la vida

y el tiempo que abraza y separa

me hace volver otra vez

a lo que creía mañana.

 

Fósiles milenarios, ahora petróleo

reciclados como plástico del futuro….

Pero, ¿y quién reciclará la memoria del tiempo

y la tierra y sus rocas?

 

Dejar en herencia

una bolsa de 500 años de vida,

recordando a mis hijos

que soy, igual que ayer,

ciega,

torpe.

 

Y aunque sí,

aunque todos,

qué humana la pereza,

ese dejarnos arrastrar por la rueda.

Qué fácil es rodar

alrededor de un ombligo minúsculo

que solo entiende de bordes y ahoras, de prisas sin horas,

de todo para antes de ayer.

Vamos directo al pasado camino al futuro.

 

Rodar, que es un verbo bello,

deviene inercia, huella y camino.

Plaguicidas por encima de niveles permitidos en el agua del río que riega mis plantas,

nitrógeno y óxido rascando mi piel, limando pulmones, quemando los ojos de todas.

 

Me miro al espejo y el hámster que veo se pone a correr

y giro, en la rueda,

y giro,

más rápido y más yo giro.

Corriendo a ninguna parte,

rodando pendiente abajo hacia quién sabe dónde,

como si me persiguiera la nada

y tuviera que demostrar cuánto he conseguido, cuánto acumulado

a costa de acabar con todo.

 

El hámster que soy, mejillas repletas,

pela un plátano cortado a rodajas,

servido en bandeja de plástico.

La tira a un lado sin parar de correr.

Y más tarde, un cadáver envuelto me espera a comer,

arranco su vida sin darle las gracias, no queda tiempo

y sigo.

Y voy a beber,

y bebo en botella de plástico.

 

Y en este momento de verdades plásticas e ignorancia absoluta,

de pánico ante la pendiente que me devora en mi caída hacia el no pienso, pero existo…

un palo en la rueda se clava en el eje y rompe el destino.

 

A veces, en forma de alergia,

alergia a un químico que ignoraba había en el pan,

que vivía ya en mi pulmón, o en el estómago de un pez que ahora es mi pecho.

A veces forma un cáncer maligno que cómo iba a saber, si nadie me había dicho,

con lo poco acostumbrada que estoy a escuchar palabras que no sean “ombligo, rodar,

más rápido”

 

La rueda se para

…y qué vértigo.

Y después, qué calma.

Mi ombligo se abre y sus bordes se ensanchan y escupo las prisas que llenaban mi boca y

hacían de mis armas un mano de destrucción masiva.

Escucho y las rocas me hablan.

Se pone a llover y parece que algo cede.

Me alejo del centro y de su sombrero gris, que tapa la ciudad

 

Yo también soy eso. Esto es ya mi historia.

Miro mi rueda, ya rota.

Y entiendo que un palo pequeño,

que un pequeño palo,

es suficiente para detener un mundo entero

y dibujar en la tierra en qué elijo convertirme.