Y pasó. Cuando me hice sensible al feminismo y me puse las gafas violetas por primera vez, fue un momento de regeneración vital enorme: sobre mi identidad y mis reacciones ante la vida; sobre la diferencia vital entre sexo y género y tooooodas las reflexiones a las que nos catapulta; sobre la necesidad de hablar de feminismos en lugar de feminismo; sobre la necesidad de incluir en las discusiones feministas el peso del capitalismo y del racismo, transversales al cuestionamiento del patriarcado. Todo ello, con el único motivo de atravesar este inconsciente colectivo que nos ahoga en inercias caducas y dolorosas.
El feminismo es, para mi, un -ismo vital para poder avanzar hacia una sociedad más justa, sensible y fuerte basada en los cuidados y respetuosa con los ritmos vitales reproductivos, además de productivos.
Es un -ismo. Es decir: una ideología. O sea: es una parte del pastel y no el pastel entero. Y parte del mundo de las ideas: es una idea que nace como oposición a otra idea (¡y menos mal!). Por eso ahora, que el feminismo es una realidad que va calando en muchos lugares del mundo, veo necesario ir a debates más sutiles , que siempre aguardaron tras los debates urgentes que iniciaron este movimiento. En definitiva: me urge ir a la raíz del problema para desactivar todas las bombas hijas que nos explotan a cada paso.
Sabía que más pronto que tarde acabaría sintiéndome incómoda y protestando ante los discuros simplistas duales sobre mujeres y hombres, sobre víctimas y verdugos. Sobre el culpar al machismo y el patriarcado, en general, como si fuera algo que existe en el aire. O aun peor: acusar a los hombres de todos los dramas. Sobre el disculpar a las mujeres alienadas y empatizar con ellas porque son mujeres e históricamente, toca compensar la balanza.
¿Es que acaso un hombre educado en sus emociones, feliz y en paz consigo mismo mataría, humillaría, despreciaría o violaría a alguien? ¿Por qué empatizar con nuestro sufrimiento más que con el de ellos? Por pura subjetividad e identificación caprichosa con este cuerpo que tengo que…¡oh, paradoja! No quiero que me defina. ¡Pobres mujeres! ¡Jodidos hombres! Ni se te ocurra tratar de entender que su dominación nace de una profunda herida, tanto como nuestra histórica sumisión.
NO. BASTA. Si vamos detrás del encuentro sincero y no de luchas de poder, esta actitud es insostenible.
Me irrita y hace reír a partes iguales la facilidad de muchos hombres para contestar un «¿Otra vez?» con un torneo de ojos en blanco, al oir una comentario feminista. Y lo mismo me pasa cuando oigo mujeres heridas que, igual que me ha sucedido a mi en ocasiones, confunden la herida privada con la lucha colectiva. No porque no sea lícito o humano. Sino porqué una vez reconoces que estabas ciega, ¿no te vas a pasar tu vida quejándote, verdad? Se supone que harás algo para vivir mejor. Se supone que pasarás a la ACCIÓN.
Por supuesto que me sé un sensible y dependiente del medio en el que elijo vivir. De aquí 20 años, la epigenética, la psiconeuroinmunoendrocrinología y el estudio del microbioma nos dejaran jodidamente maravilladas, visibilizando mil y una conexiones que hoy la mayoría de cientificos ni logran imaginar (pese a todas las pistas y papers al respecto). Porque, en resumen, lo que hay es lo mismo: el idealismo romántico y la inmadurez. No responsabilizarse del propio peso: de las necesidades, sentimientos y las acciones de cada uno. Tirar balones fuera. Y así, negarme la posibilidad de liberación a través de la responsabilidad radical de sostenerme a mi misma hasta las últimas consecuencias. Porque no queda otra salida, ni nadie vendrá a salvarme. Basta de repetir el maldito arquetipo príncipe-princesa, salvador/salvado de forma malsana. Hay que desmontar el puzzle con cariño y cuidado, para elegir conscientemente qué fichas necesito y deseo, qué me hace bien. Deconstruir roles e inercias con una mente afilada conducida por un corazón amoroso y compasivo.
Y es que de eso se trata, para mi: de vivir con la sensibilidad despierta al máximo para crecer más fuertes, sanas e inteligentes. Y eso, querides, no entiende de sexos. Es una decisión personal y valiente. Es la jodida revolución. Es la antesala de nuestra libertad.
Veamos quien acepta el desafío y se atreve a cruzarla.